Cuando
escribe un artículo, el periodista toma elementos de la realidad y los ordena y
jerarquiza de acuerdo con determinadas categorías políticas, sociales,
económicas y de otras áreas de las ciencias y el conocimiento. Lo hace en
función de criterios individuales, del medio informativo para el que elabora
sus artículos, de su propia formación académica y de otras influencias
conscientes o inconscientes que recibe a lo largo de su vida. No tiene forma de
ser “objetivo” por sus múltiples influencias y condicionamientos y, además,
porque en un mundo en el que ocurren cosas todo el tiempo resultaría imposible publicarlas
“tal cual son”. Se debe dar una jerarquía y un orden a los hechos para que sean
comprensibles.
En
los países capitalistas modernos, por ejemplo, existe un consenso bastante
extendido respecto de la importancia de medir la actividad económica, ya que
casi la totalidad de los Estados buscan ciclos ampliados de creación de riqueza
y distribución de los frutos de la producción. El periodismo toma a ese
indicador – usualmente el Producto Interno Bruto o PBI-, que se transforma en
un insumo básico para saber si el rumbo de la economía es el atinado, aunque
luego es matizado o complementado con indicadores sociales y laborales como el
nivel de empleo y desempleo, pobreza e indigencia, distribución de la riqueza y
evolución de precios mayoristas y minoristas, entre otros. También por la variación
de las cuentas públicas, del comercio exterior y de una amplia variedad de
indicadores macroeconómicos.
Un
problema frecuente ocurre, sin embargo, cuando desde el periodismo en lugar de
analizar la realidad en función de categorías explícitas – como las mencionadas
o incluso otras- se busca operar sobre esa coyuntura en función de intereses de
uno o varios sectores económicos, sociales o políticos. En esos casos hay una
tendencia a hablar o jerarquizar la evolución de indicadores económicos sólo
cuando son favorables a esos intereses. Por ejemplo, y por mencionar uno de los
mecanismos más frecuentes, para medios refractarios al rumbo económico nacional
es “noticia” cuando sube la cotización del dólar pero no cuando baja; cuando las
reservas en moneda extranjera se reducen pero no cuando aumentan; cuando la
desocupación sube pero no cuando baja; cuando la distribución del ingreso se
vuelve más regresiva pero no cuando mejora en favor de las familias menos
favorecidas.
En
algunos casos, en lugar de ignorar los datos positivos se los minimiza hasta
volverlos casi invisibles. Pero además, se jerarquiza la fuente informativa
cuando presenta indicadores favorables a esos intereses que se defienden, pero
se la ignora o se la tilda de “polémica”
o de dudosa veracidad cuando muestra tendencias que van en sentido contrario a
las perseguidas. Por ejemplo, el Secretario de Comercio Interior, Guillermo
Moreno, es siempre “polémico”, lo cual lo descalifica como fuente a los ojos de
la prensa más reacia al rumbo económico nacional. En cambio, economistas que
han manifestado reiteradamente predicciones negativas sobre “el modelo” siguen
gozando de “buena prensa”.
Además,
como el periodismo económico utiliza en gran medida el recurso de comparar la
evolución de un indicador nacional en el tiempo o de ese mismo indicador entre
diferentes países, se ignoran o minimizan todas las comparaciones que resulten
contrarias a los intereses defendidos. Las informaciones referidas al PBI son una
muestra de ese mecanismo. Un ejemplo: “En casi todos los rubros cae la economía”,
se titula un artículo de Martín Kanenguiser en el diario La Nación del domingo.
El primer indicador mencionado en la nota– el PBI argentino – muestra una
evolución positiva del 4% en el mes de marzo respecto del mismo mes de 2011 y
de 4,8% en el primer trimestre, lo cual en principio muestra una discrepancia
entre el título, que debería cumplir una función de síntesis respecto del
contenido, y además una minimización del indicador más importante según el
consenso mayoritario de los economistas.
La
Nación, además, obvia mencionar que la reducción - no del crecimiento mismo si
no de la tasa de avance de la actividad - que podría verificarse este año respecto
del 8,9% de 2011, se produciría en medio de una crisis internacional que afecta
al eje principal del capitalismo contemporáneo, constituido todavía por Europa
y Estados Unidos. Y que como consecuencia de esa crisis, que interactúa con elementos
de economía doméstica, nuestro principal socio comercial – Brasil – creció
apenas 0,8% en el primer trimestre respecto del mismo período de 2011 y China –
destino principal para la soja argentina y sus derivados - no repetiría la
marca de 9,2% alcanzada el año pasado.
Ante mi
presunción de que el título de la nota de La Nación podría ser entonces una
expresión de deseos de un medio que busca el fracaso del gobierno, se lo hice
saber al autor del artículo vía twitter, y recibí por contestación que debía
mirar la comparación con el mes anterior, que mostraba un avance del 0,5%. La
importancia de esa relación queda no obstante bastante relativizada por la
experiencia reciente, ya que entre febrero y marzo de 2011, sin ir más lejos,
el indicador de actividad económica cayó el 0,1%, y sin embargo el PBI culminó ese
año con un avance del 8,9%.
En
definitiva, si lo que se busca es analizar la realidad privilegiando algunos
indicadores por sobre otros, hay cierta flexibilidad dentro de límites marcados
por la ciencia económica y los manuales de buenas prácticas periodísticas. El
problema es que si se quiere operar sobre la realidad induciendo expectativas
negativas sobre los agentes económicos, se corre el riesgo de franquear las
vallas del periodismo y la economía, y meterse en un terreno resbaladizo donde
todo vale para inducir a una crisis que permita cambiar el rumbo económico
trazado por un gobierno que tiene una legitimidad política conseguida en las
urnas.