4.6.12

Apuntes sobre el periodismo económico y sus límites



Cuando escribe un artículo, el periodista toma elementos de la realidad y los ordena y jerarquiza de acuerdo con determinadas categorías políticas, sociales, económicas y de otras áreas de las ciencias y el conocimiento. Lo hace en función de criterios individuales, del medio informativo para el que elabora sus artículos, de su propia formación académica y de otras influencias conscientes o inconscientes que recibe a lo largo de su vida. No tiene forma de ser “objetivo” por sus múltiples influencias y condicionamientos y, además, porque en un mundo en el que ocurren cosas todo el tiempo resultaría imposible publicarlas “tal cual son”. Se debe dar una jerarquía y un orden a los hechos para que sean comprensibles.
En los países capitalistas modernos, por ejemplo, existe un consenso bastante extendido respecto de la importancia de medir la actividad económica, ya que casi la totalidad de los Estados buscan ciclos ampliados de creación de riqueza y distribución de los frutos de la producción. El periodismo toma a ese indicador – usualmente el Producto Interno Bruto o PBI-, que se transforma en un insumo básico para saber si el rumbo de la economía es el atinado, aunque luego es matizado o complementado con indicadores sociales y laborales como el nivel de empleo y desempleo, pobreza e indigencia, distribución de la riqueza y evolución de precios mayoristas y minoristas, entre otros. También por la variación de las cuentas públicas, del comercio exterior y de una amplia variedad de indicadores macroeconómicos.
Un problema frecuente ocurre, sin embargo, cuando desde el periodismo en lugar de analizar la realidad en función de categorías explícitas – como las mencionadas o incluso otras- se busca operar sobre esa coyuntura en función de intereses de uno o varios sectores económicos, sociales o políticos. En esos casos hay una tendencia a hablar o jerarquizar la evolución de indicadores económicos sólo cuando son favorables a esos intereses. Por ejemplo, y por mencionar uno de los mecanismos más frecuentes, para medios refractarios al rumbo económico nacional es “noticia” cuando sube la cotización del dólar pero no cuando baja; cuando las reservas en moneda extranjera se reducen pero no cuando aumentan; cuando la desocupación sube pero no cuando baja; cuando la distribución del ingreso se vuelve más regresiva pero no cuando mejora en favor de las familias menos favorecidas.
En algunos casos, en lugar de ignorar los datos positivos se los minimiza hasta volverlos casi invisibles. Pero además, se jerarquiza la fuente informativa cuando presenta indicadores favorables a esos intereses que se defienden, pero se la ignora o  se la tilda de “polémica” o de dudosa veracidad cuando muestra tendencias que van en sentido contrario a las perseguidas. Por ejemplo, el Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, es siempre “polémico”, lo cual lo descalifica como fuente a los ojos de la prensa más reacia al rumbo económico nacional. En cambio, economistas que han manifestado reiteradamente predicciones negativas sobre “el modelo” siguen gozando de “buena prensa”.
Además, como el periodismo económico utiliza en gran medida el recurso de comparar la evolución de un indicador nacional en el tiempo o de ese mismo indicador entre diferentes países, se ignoran o minimizan todas las comparaciones que resulten contrarias a los intereses defendidos. Las informaciones referidas al PBI son una muestra de ese mecanismo. Un ejemplo: “En casi todos los rubros cae la economía”, se titula un artículo de Martín Kanenguiser en el diario La Nación del domingo. El primer indicador mencionado en la nota– el PBI argentino – muestra una evolución positiva del 4% en el mes de marzo respecto del mismo mes de 2011 y de 4,8% en el primer trimestre, lo cual en principio muestra una discrepancia entre el título, que debería cumplir una función de síntesis respecto del contenido, y además una minimización del indicador más importante según el consenso mayoritario de los economistas.
La Nación, además, obvia mencionar que la reducción - no del crecimiento mismo si no de la tasa de avance de la actividad - que podría verificarse este año respecto del 8,9% de 2011, se produciría en medio de una crisis internacional que afecta al eje principal del capitalismo contemporáneo, constituido todavía por Europa y Estados Unidos. Y que como consecuencia de esa crisis, que interactúa con elementos de economía doméstica, nuestro principal socio comercial – Brasil – creció apenas 0,8% en el primer trimestre respecto del mismo período de 2011 y China – destino principal para la soja argentina y sus derivados - no repetiría la marca de 9,2% alcanzada el año pasado.
Ante mi presunción de que el título de la nota de La Nación podría ser entonces una expresión de deseos de un medio que busca el fracaso del gobierno, se lo hice saber al autor del artículo vía twitter, y recibí por contestación que debía mirar la comparación con el mes anterior, que mostraba un avance del 0,5%. La importancia de esa relación queda no obstante bastante relativizada por la experiencia reciente, ya que entre febrero y marzo de 2011, sin ir más lejos, el indicador de actividad económica cayó el 0,1%, y sin embargo el PBI culminó ese año con un avance del 8,9%.
En definitiva, si lo que se busca es analizar la realidad privilegiando algunos indicadores por sobre otros, hay cierta flexibilidad dentro de límites marcados por la ciencia económica y los manuales de buenas prácticas periodísticas. El problema es que si se quiere operar sobre la realidad induciendo expectativas negativas sobre los agentes económicos, se corre el riesgo de franquear las vallas del periodismo y la economía, y meterse en un terreno resbaladizo donde todo vale para inducir a una crisis que permita cambiar el rumbo económico trazado por un gobierno que tiene una legitimidad política conseguida en las urnas.

5.3.12

Cómo discutir sobre palabras sin discutir el sentido de las políticas


A pedido de un gran amigo, y además un polemista muy respetable de las redes sociales, quería hacer un breve comentario respecto del artículodel economista Roberto Cachanosky publicado el viernes 2 de marzo en  el diario La Nación, que se refiere al discurso pronunciado por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso nacional.
Debo confesar que la nota me resultó muy atractiva, por incluir el uso de la siguiente lógica de manual: "A es igual a B". Por lo tanto, si "C es igual a B, entonces C también es igual a A". Según Cachanosky, los “soberbios e ignorantes  hablan más de lo que saben” (A=B). Como la Presidenta “habla tres horas seguidas” (C=B), entonces es “soberbia e ignorante” (C=A). Tan simplista es el análisis que lo podría hacer un alumno más o menos avispado de la escuela primaria. Sin embargo, que este silogismo sea fácil de entender no significa que no pueda ser falaz. Las metáforas – como la “tortura de las estadísticas” utilizada por el autor - o los juegos lógicos como el referido a la “soberbia” que adjudica a la Presidenta, pueden ser utilizados para popularizar teorías, pero no son en sí teorías ni tienen valor científico. Por lo tanto, el análisis del columnista de La Nación tiene valor gráfico (porque es fácil de comprender) pero no valor explicativo.
Las demás afirmaciones de Cachanosky son discutibles desde lo académico. Por ejemplo, la “fuga de capitales” sobre la que alerta, era poco relevante  antes de la reforma financiera de Martínez de Hoz en la dictadura de Videla no porque todos los gobiernos tuvieran un trato amable con los capitales especulativos, si no porque  los dólares eran escasos y había control cambiario. Además, el propio concepto de “fuga de capitales” es controversial, como el de “inflación” o el de “seguridad jurídica”. Se trata de nociones que no tienen un significado unívoco y cuya utilización habría que discutir honestamente.
También yo señalaría en la nota un uso desmedido de exabruptos (ni siquiera opiniones) disfrazadas de verdades objetivas. Por ejemplo, la “confiscación” de ahorros de las AFJP, que estrictamente nunca existió salvo en la cabeza de Cachanosky y otros economistas neoclásicos, que en su momento apelaron a esa palabra para evitar discutir sobre política previsional de nuestro País, cuya propia existencia estuvo amenazada durante la vigencia del régimen de capitalización individual.
Por último, en el final del artículo se vuelve a apelar a la palabra “populismo”, que en rigor designa a una forma de praxis política o de relacionamiento de determinados líderes políticos con la ciudadanía o el “pueblo”. En la nota se le da a esa palabra un significado diferente al académico – contemplando todas las variantes - e incluso al popularizado entre la población. El objetivo del columnista parece ser, desde mi humilde entender, no hablar acerca de los beneficios logrados en los últimos años por sectores importantes de la población y concentrarse en una especie de pelea centrada en el sentido de las palabras. Por ejemplo: la Presidenta, que es “populista”, impulsa la Asignación Universal por Hijo, que asegura a la población más vulnerable ingresos que mejoran su acceso a bienes de consumo básicos para su subsistencia. Pero si la Presidenta, como casi todos aceptamos, es “populista”, entonces aunque parezcan buenas, las acciones que desarrollan no lo pueden ser, porque los “populistas” siempre son malos. Este ejercicio retórico le permite a Cachanosky y alguno de sus colegas decir o sugerir que ciertas acciones con consenso social son “malas” porque forman parte de políticas (las “populistas”) que por su propia naturaleza nunca pueden ser “buenas”, ya que (aunque no lo digan explícitamente)  afectan los intereses de los grupos sociales y económicos dominantes que defienden con su retórica antipopulista.