5.3.12

Cómo discutir sobre palabras sin discutir el sentido de las políticas


A pedido de un gran amigo, y además un polemista muy respetable de las redes sociales, quería hacer un breve comentario respecto del artículodel economista Roberto Cachanosky publicado el viernes 2 de marzo en  el diario La Nación, que se refiere al discurso pronunciado por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso nacional.
Debo confesar que la nota me resultó muy atractiva, por incluir el uso de la siguiente lógica de manual: "A es igual a B". Por lo tanto, si "C es igual a B, entonces C también es igual a A". Según Cachanosky, los “soberbios e ignorantes  hablan más de lo que saben” (A=B). Como la Presidenta “habla tres horas seguidas” (C=B), entonces es “soberbia e ignorante” (C=A). Tan simplista es el análisis que lo podría hacer un alumno más o menos avispado de la escuela primaria. Sin embargo, que este silogismo sea fácil de entender no significa que no pueda ser falaz. Las metáforas – como la “tortura de las estadísticas” utilizada por el autor - o los juegos lógicos como el referido a la “soberbia” que adjudica a la Presidenta, pueden ser utilizados para popularizar teorías, pero no son en sí teorías ni tienen valor científico. Por lo tanto, el análisis del columnista de La Nación tiene valor gráfico (porque es fácil de comprender) pero no valor explicativo.
Las demás afirmaciones de Cachanosky son discutibles desde lo académico. Por ejemplo, la “fuga de capitales” sobre la que alerta, era poco relevante  antes de la reforma financiera de Martínez de Hoz en la dictadura de Videla no porque todos los gobiernos tuvieran un trato amable con los capitales especulativos, si no porque  los dólares eran escasos y había control cambiario. Además, el propio concepto de “fuga de capitales” es controversial, como el de “inflación” o el de “seguridad jurídica”. Se trata de nociones que no tienen un significado unívoco y cuya utilización habría que discutir honestamente.
También yo señalaría en la nota un uso desmedido de exabruptos (ni siquiera opiniones) disfrazadas de verdades objetivas. Por ejemplo, la “confiscación” de ahorros de las AFJP, que estrictamente nunca existió salvo en la cabeza de Cachanosky y otros economistas neoclásicos, que en su momento apelaron a esa palabra para evitar discutir sobre política previsional de nuestro País, cuya propia existencia estuvo amenazada durante la vigencia del régimen de capitalización individual.
Por último, en el final del artículo se vuelve a apelar a la palabra “populismo”, que en rigor designa a una forma de praxis política o de relacionamiento de determinados líderes políticos con la ciudadanía o el “pueblo”. En la nota se le da a esa palabra un significado diferente al académico – contemplando todas las variantes - e incluso al popularizado entre la población. El objetivo del columnista parece ser, desde mi humilde entender, no hablar acerca de los beneficios logrados en los últimos años por sectores importantes de la población y concentrarse en una especie de pelea centrada en el sentido de las palabras. Por ejemplo: la Presidenta, que es “populista”, impulsa la Asignación Universal por Hijo, que asegura a la población más vulnerable ingresos que mejoran su acceso a bienes de consumo básicos para su subsistencia. Pero si la Presidenta, como casi todos aceptamos, es “populista”, entonces aunque parezcan buenas, las acciones que desarrollan no lo pueden ser, porque los “populistas” siempre son malos. Este ejercicio retórico le permite a Cachanosky y alguno de sus colegas decir o sugerir que ciertas acciones con consenso social son “malas” porque forman parte de políticas (las “populistas”) que por su propia naturaleza nunca pueden ser “buenas”, ya que (aunque no lo digan explícitamente)  afectan los intereses de los grupos sociales y económicos dominantes que defienden con su retórica antipopulista.  

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